sábado, 15 de marzo de 2014

¿ESTÁS ESPERANDO ALGUNA SEÑAL?



¿ESTÁS ESPERANDO ALGUNA SEÑAL?

Mateo 16:1-3
“Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo. Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!”.

Los judíos regularmente exigían señales y prodigios a quienes se proclamaban mensajeros de Dios. Era como si dijeran: “Muestra tus credenciales haciendo algo extraordinario”. La respuesta de Jesús debe haberles sorprendido. Les llamó “hipócritas”, que sólo podían distinguir simples señales como los cambios en el aspecto del cielo, pero eran incapaces de ver o discernir las señales divinas. Sin duda la arrogancia y la soberbia de aquellos hombres eran barreras que impedían el más mínimo discernimiento espiritual.

Varios siglos antes del nacimiento de Jesús, un hombre de Dios, el profeta Elías, recibió una señal del cielo en un momento crítico para el pueblo de Israel. Había en aquellos momentos una sequía muy grande. Hacía más de tres años que no llovía en aquella región, y como consecuencia de esta sequía, el pueblo estaba pasando mucha hambre. Dios, movido una vez más por su misericordia, mandó al profeta Elías a presentarse ante el rey Acab para hacerle saber que la solución a este grave problema estaba próxima (1 Reyes capítulo 18). “Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye. Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas” (V. 41-42). El profeta manifiesta por fe lo que aun no había sucedido pero pronto habría de suceder. Entonces fue a postrarse para hablar con Dios.

En el lugar donde Elías estaba postrado había una pequeña elevación que obstruía la vista del mar, por lo que le pidió a su criado que subiera para que observara si se veía alguna señal de la lluvia que, él sabía, llegaría de un momento a otro. Mientras tanto él se mantenía en íntima comunión con el Señor, confiando en su promesa, orando y suplicando por la tan necesitada lluvia. “Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia”.

¡Cuántas veces hemos puesto algo en oración, seguimos orando día tras día, y estamos deseosos de ver o sentir algo que nos muestre que el Señor está trabajando en nuestra petición! Rechazamos la idea de que Dios no nos ha escuchado, pero al mismo tiempo sentimos la necesidad de que él nos dé aunque sea “una pequeña señal”. Es en momentos como estos que hace su aparición la impaciencia, y si permitimos que ésta nos llegue a controlar, la duda empieza a perturbarnos y nuestra fe es afectada, y así mismo el resultado de nuestras oraciones. Esperemos el tiempo del Señor, tranquila y confiadamente, como dijo el rey David en el Salmo 37:7: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en él”.

Pongamos en práctica la enseñanza de hoy. Seamos perseverantes en la oración y confiemos, como hizo Elías, mientras nos mantenemos bien atentos a cualquier señal que Dios quiera darnos que nos indique que él está preparando algo muy lindo para nosotros, y que pronto lo vamos a recibir.

ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me des paciencia para esperar en ti. Por favor, muéstrame una señal de lo que estás preparando para mí, y dame discernimiento espiritual para entenderla claramente. Te lo pido en el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”

Dios te Habla

¿AÚN ALBERGAS PENSAMIENTOS IMPUROS EN TU MENTE?



¿Aún albergas pensamientos impuros en tu mente?

Colosenses 3:1-10
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”.

En esta carta a la iglesia de Colosas, el apóstol Pablo considera a los creyentes como habiendo muerto en Cristo y habiendo resucitado con él de entre los muertos. Desde el punto de vista espiritual, esto significa que los cristianos nos hemos separado de la antigua forma de vivir y hemos entrado en una forma de vida totalmente nueva. Seguimos estando en la tierra pero ahora debemos buscar “las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Nuestra perspectiva de la vida debe ser muy diferente a la de aquellos que no conocen a Cristo; nuestro pensamiento debe estar enfocado en el reino celestial, no en las cosas terrenales.

Pablo escribe una lista de las cosas que debemos eliminar de nosotros, entre ellas: “fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos”, así como “ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas” y otras que formaban parte de la vieja naturaleza. Esto no es fácil lograrlo pues el mundo que nos rodea está constantemente bombardeándonos a través de los medios de comunicación con miles de imágenes que producen en nuestras mentes pensamientos de todo tipo, muchos de los cuales son inmorales, indecentes y totalmente contrarios a la pureza y la santidad que el Señor desea ver en sus hijos. Es en estos momentos cuando debemos actuar conforme a lo que Dios desea ver en sus hijos. La Escritura de hoy nos dice: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros…” ¿Cómo hacemos morir lo terrenal en nosotros? En primer lugar apartándonos de las fuentes de ese tipo de imágenes. Y si aun así llegasen pensamientos impuros a nuestras mentes, debemos echarlos inmediatamente. A veces no podemos impedir que lleguen, pero con la ayuda de Dios podemos rechazarlos.

Alguien dijo: “No podemos evitar que los pájaros vuelen sobre nosotros, pero sí podemos evitar que hagan un nido en nuestras cabezas”. La Biblia nos da el modelo con el cual evaluar esos pensamientos. Dice Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.

Dice Proverbios 23:7: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Por eso debemos ser extremadamente cuidadosos al albergar pensamientos en nuestras mentes que no estén de acuerdo a la Palabra de Dios. La santidad en nuestras mentes determina la santidad en nuestras vidas. Ahora bien, con nuestras propias fuerzas es imposible para nosotros lograr este estado mental. Solamente con la ayuda del Espíritu Santo podremos lograrlo. Nuestra responsabilidad consiste en alimentar nuestras mentes con una fuerte dieta basada en la Palabra de Dios. Solamente la verdad en las Escrituras puede contraatacar las cosas inmundas que entran a nuestra mente. Pasar tiempo diariamente orando, leyendo la Biblia y meditando en sus enseñanzas nos permitirá seguir el modelo de pensamiento de Dios. Así viviremos una vida que agrade a nuestro Padre celestial y nos convertiremos en las personas que él planeó que fuéramos.

ORACIÓN:
Mi bendito Dios y Señor, te ruego me ayudes a guardar tu palabra en mi mente y en mi corazón, para que no haya en ellos lugar para pensamientos e ideas que no glorifiquen tu santo nombre. Es mi anhelo vivir cada día honrándote en todo lo que pienso, digo o hago. Dame fuerzas para lograrlo. En el nombre de Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”

Dios te Habla