jueves, 20 de junio de 2013

¿PIDES TÚ CON FE?


Santiago 1:6-8
”Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”.

A través de toda la Biblia Dios nos exhorta a que clamemos a él y le pidamos, porque él nos ama y desea bendecirnos. En el Antiguo Testamente leemos esta invitación de nuestro Padre celestial: “Clama a mí, y yo te responderé” (Jeremías 33:3). También Jesús nos exhorta de la siguiente manera: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8).

Es maravilloso tener la oportunidad de pedir al Dios que todo lo puede, sin embargo es muy importante que tengamos en cuenta la manera en que pedimos. El pasaje de hoy nos advierte que debemos pedir con fe, no dudando nada; de lo contrario no vamos a recibir. La verdadera fe y la duda son totalmente opuestas. Si existe fe no puede haber duda; si tenemos duda, entonces hay problemas con nuestra fe. Pedro fue capaz de caminar sobre las aguas porque confió plenamente en la palabra de Jesús cuando éste le dijo: “Ven”. Sin vacilar un instante obedeció, “y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús” (Mateo 14:29). Sin embargo, tan pronto por su mente pasó la duda se hundió en el mar. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:30-31). Es decir, Pedro se hundió porque dudó. Tuvo miedo. Su fe no fue suficiente, y apareció la duda. Y por eso fracasó.

Cuando clamamos a Dios, pero dudamos de su amor, o de su deseo de intervenir en nuestras pruebas, o de su infinito poder, inconcientemente estamos actuando con doblez de ánimo. Creemos, no creemos. Confiamos, no confiamos. Tenemos esperanzas, no las tenemos. Tener doble ánimo hace que seamos inconstantes en nuestra fe, dice el pasaje de hoy. Por eso Santiago nos advierte en contra de esta actitud. Debemos ser constantes en nuestra confianza en Dios. Si en el pasado él nos libró de situaciones difíciles, no existe ninguna razón para pensar que esta vez no nos librará de la prueba presente.

Cuando el rey Saúl trató de desanimar a David para que no peleara contra Goliat, David le contestó: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (1 Samuel 17:34-37). En ocasiones anteriores Dios lo había librado de graves peligros, por lo tanto David estaba seguro que también lo libraría del gigantesco guerrero. Esta es la firmeza y la convicción que debemos mostrar cuando nuestra confianza está puesta en Dios. ¿Puedes recordar alguna ocasión en que Dios te respondió? Entonces puedes tener la seguridad de que te va a responder de nuevo. Su mano no se ha acortado ni se ha endurecido su oído, dice Isaías 59:1.

Jesús les afirmó a sus discípulos: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22). De nuevo vemos aquí este principio espiritual tan importante que es creer. Tener fe implica mucho más que simplemente presumir o suponer que algo va a pasar. Es confiar plenamente en que Dios nos ama, y desea lo mejor para nosotros; es tener la plena convicción de que él va a suplir nuestras necesidades, porque lo ha prometido, y él siempre cumple sus promesas.

Cuando pedimos, debemos hacerlo con fe y de acuerdo a la voluntad de Dios. Desde el punto de vista humano no resulta fácil, pero el Espíritu Santo puede ayudarnos si constantemente buscamos la presencia de Dios en oración y por medio de la lectura de su palabra. Romanos 10:17 dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Leer diariamente la Biblia no solamente nos enseña cual es la voluntad de Dios, sino también fortalece nuestra fe, es decir nos prepara para pedirle a nuestro Padre celestial.

ORACIÓN:
Padre santo, traigo ante ti mis pruebas, confiando que tú eres más grande que todas ellas. Por favor fortalece mi fe de manera que en mí exista la plena convicción de que tú has oído mi oración y que la vas a contestar en tu tiempo y de acuerdo a tu voluntad. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla